La idea de que sólo los perros de criador y, en especial de razas Golden Retriever y Labrador, pueden ser perros de terapia ha quedado obsoleta. De hecho, en los últimos años, muchas entidades y asociaciones apuestan por adoptar perros de protectoras para las terapias con animales. Los terapeutas saben que cualquier perro al que le guste mucho el contacto humano, sea perro de criador o perro de protectora, es potencialmente un buen perro de terapias.
El profesional en terapias que tiene como compañero de equipo a un perro de protectora ha comprobado antes de adoptarlo factores que garantizan su posibilidad de vincularlo al equipo de terapias con animales.
Los factores y características principales que ha comprobado inicialmente son las siguientes:
- Si las condiciones en las que ha sido acogido el perro han sido las óptimas. Se ha fijado, pues, en las condiciones sanitarias de las instalaciones y las dimensiones del espacio para jugar y relacionarse con otros animales de las que ha podido disfrutar el animal.
- Si el perro ha recibido educación temprana en la protectora.
- Si el perro trae las cosas que el profesional de terapias lanza, como una pelota o un juguete, ya que es un buen indicador de su inclinación natural a seguir las indicaciones.
- Si el perro es sumiso, sigue las órdenes, y tiene un ánimo estable, es decir, no es nervioso, ni demasiado hiperactivo. De ser así podrá ser un muy buen perro de terapias; podrá enfrentarse a diferentes colectivos que lo van a querer acariciar, peinar o jugar con él y el terapeuta estará seguro de que no reaccionará de mala manera y podrá afrontar cualquier situación con total calma.
- Si el perro de protectora es un cachorro, es posible que el terapeuta pueda comprobar el temperamento de sus padres, aunque no es habitual. El terapeuta puede realizar un seguimiento posterior a la adopción, para comprobar si puede adiestrarse para trabajar con diferentes colectivos de personas. Si no se conocen los padres del perro se corre el riesgo de que tenga algún comportamiento inesperado o reactivo, es posible que en la carga genética se hereden características como el miedo y trazas de agresividad y el terapeuta debe tomarse el tiempo que necesite para confirmar que nuestro perro tendrá un comportamiento predecible.
Una vez el terapeuta ha comprobado que el perro ha sido acogido en buenas condiciones en la protectora y que no tiene trazas de agresividad, el terapeuta realiza el adiestramiento en positivo y allí comprueba si el perro está dispuesto a aprender tareas que debe realizar a cambio de recompensas (como comida, caricias, juego, etc.). En este proceso el perro debe aprender habilidades para la realización de las sesiones de terapias, que siempre están orientadas a su interacción con los pacientes y tienen unos objetivos específicos.
En la Fundación Affinity apoyamos la adopción de animales y tenemos en nuestro equipo de terapias con animales a varios perros de protectora. Uno de estos perros es Haru, que fue abandonado en una gasolinera dentro de una caja, junto con otros siete cachorros acabados de nacer. Los cachorros fueron repartidos entre varias protectoras y Haru y su hermana fueron amamantados por una pitbull que acababa de tener tres cachorros más.
Otro perro de terapias de nuestro equipo es Pipa, una mestiza de 8 kg que fue abandonada en un contenedor de basura. Maribel Villa, especialista en terapia con animales de la Fundación Affinity, la adoptó e inició su adiestramiento como perro de terapias cuando ya era una adulta. Pipa se ha adaptado perfectamente a las actividades específicas de las terapias y ayuda cada día a mejorar la vida de las personas.